lunes, 31 de enero de 2011

Colorado furioso...quedó Don Mandieta


 Después del casamiento de la Aurelia con el José, doña Mandieta decidió separarse de su marido. Ya en el casorio, el viejo, con unos vinos de más, se hizo el pícaro y bailó toda la noche con una vecina de la Colonia.
En el pueblo se decía que tenía otra mujer, una peluquera  del Chilcal, un barrio alejado del centro.
La Doña, cansada de los rumores, embaló sus cosas y se fue a vivir a la colonia con algunos de sus hijos más chicos, y no tardó ella en conseguir compañero. Lo bien que hizo.
Don Mandieta se quedó en el pueblo, atendiendo la carnicería y a cargo de los más grandes que estaban terminando el secundario. El rumor que tenía “otra” crecía y la curiosidad de la gente del pueblo por conocerla era cada vez mayor, pero  hasta entonces nunca se lo había visto acompañado, a decir verdad.
Una noche de carnaval….
Las comparsas desfilaban sobre la Avenida Alvear, y sobre la vereda se alquilaban mesas- improvisados bares para tomar algo- y sillas, para sentarse mientras se esperaba el paso de las comparsas.
En el intermedio del paso de una y otra agrupación  quedaba un espacio de tiempo de aproximadamente media hora; la gente aprovechaba para beber o comer algo.  También se hacían sociales, se saludaban, se cruzaban de vereda a vereda para charlar o intercambiar algún chisme.
El paisaje era tranquilo, colorido, alegre  y repetitivo, hasta que en eso aparece Don Mandieta  caminando  por el medio de la calle de lo más sonriente dirigiéndose hacia la mesa que tenía alquilada. Su nueva mujer, unos pasos más atrás - en otro momento hubiese sido la atracción principal-  pasó a segundo plano, pues lo que llamaba la atención era el color del pelo del viejo.  Ella lo había teñido de colorado furioso. Parecía un gallo rojo de riña, con los pelos de punta, duros, casi como un puercoespín enojado a punto de atacar. Evidentemente a la peluquera se le había ido la mano con el color.
Él, sin percibir siquiera las miradas atónitas de los asombrados vecinos, saludaba con la mano en alto, sonriente como siempre, como si fuese un integrante  más de la comparsa.
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En eso, Don Filippo, -el vecino italiano que vivía en el campo lindero al que tenía Don Mandieta en la colonia-  sobrevolaba la Avenida Alvear en su avioneta, curioso de ver “esas chicas en bikini” de las que tanto le habían hablado. Estaba de lo más entretenido mirando a través de sus prismáticos cuando de repente divisa un foco de incendio. Revisa el asiento de atrás y confirma que efectivamente lleva su matafuegos “re-cargado”; decide aterrizar sobre la Avenida en una arriesgada maniobra que casi le cuesta la vida a tres disfrazados vestidos de policías viales.
No se había apagado el motor cuando el valiente de Don Filippo, abre la compuerta de una sola patada y salta como un rayo del asiento de la avioneta. Se le complica un poco con la traba de seguridad del matafuego, pero al final logra destrabarlo y apunta directo a la cabeza encendida de Don Mandieta, pensando que se trataba del “ foco de incendio”.
Cuando el viejo se siente bañado de espuma, cree que se trata de “lanza nieve”. No se achica y ahí nomás se da vuelta para devolverle el baño a su “ supuesta agresora”….
_ ¡Ah! ¡ Era Ud. Don Filippo!  ¡ Hombre grande! ¡ La nieve se la tiene que tirá a las gurisas, no a mi pué chamigo!
Don Filippo, entendía muy bien el castellano, pero no lograba comprender cuando hablaba su vecino. Sin salir de su asombro, lo saluda asustado, pidiéndole disculpas.  Pero Don Mandieta, totalmente ajeno a lo que realmente había sucedido le dice: _ No te hagá ningún problema pue chamigo, si se lavó la tintura mañana mismito mi guaina me tiñe de nuevo. Y lo invita a sentarse a su mesa, para disfrutar juntos del desfile de las “ famosas chicas en bikini”.

Bar Vieja Estación – Parque Urquiza – Rosario – Argentina
Ilurtración: El Tole

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