Por Anila Rindlisbacher y Ricardo desde Brasil
Los vecinos italianos del campo de Don Mandieta , habían comprado una avioneta para moverse entre la estancia y el pueblo o hacer diligencias a los pueblos vecinos.
Estaban entusiasmados, los tanos, con su nueva adquisición, turnándose para hacer pequeños vuelos sobre el campo y alrededores pues el número de pasajeros era limitado.
Don Mandieta, que estaba en su campo, veía pasar una y otra vez la avioneta y le entró curiosidad de verla de cerca; subió a su F100 y fue directo a lo de los italianos, esos vecinos avanzados que siempre lo sorprendían con aparatos de comunicación, autos llamativos y ahora con ese pájaro de lata.
Llegó y fue muy bien recibido, como siempre. Aunque rara vez ellos comprendían lo que quería decir, pues Don Mandieta mezclaba un poco el español con palabras en guaraní o tenía expresiones a media voz, que a los italianos se les escapaban y más de una vez no sabían qué había querido decir ese vecino, por quien tenían mucho aprecio, pero al que consideraban un poco primitivo.
Estaban conversando de lo más entusiasmados cuando alguien dijo: – ¡ a ver…ahora le toca a Don Mandieta!. Éste agachó la cabeza y empezó a recular de forma lenta y astuta, a la manera de los indios cuando quieren irse.
Pero el propietario de la estancia y la avioneta, Don Filippo, percibió la maniobra y sin darle oportunidad le cortó la retirada diciéndole: – ¡ vamos a ver Don Mandieta, qué le parece la estancia desde el cielo…! Y agregó: – Usted que hace proezas de a caballo y anda persiguiendo cuatreros de noche, ¿ no va a tener miedo, no…?
Don Mandieta que ya había comenzado la retirada lentamente, al escuchar esa insinuación, se clavó de golpe, justo antes de subirse a su camioneta.
Ahí nomás pegó media vuelta y encaró sacando pecho para la avioneta parada en el campito y con el motor en marcha; mientras Don Filippo , socarrón, mojaba el gran cigarro habano en una copita de licor “ Benedictine” y lo succionaba con disfrute, soltando nubecitas azules.
Y allí se fue Don Mandieta al cielo, mientras todos reían y hacían chistes pues sabían que este nativo vecino nunca había subido a nada que volase; mientras crecía la ansiedad por escuchar lo que diría a su regreso.
Al cabo de un rato aterrizó la avioneta, se paró el motor y el piloto abrió la puerta y desplegó la escalerita.
Bajó Don Mandieta muy serio, un poco pálido, con sus bombachas marrones, la camisa blanca transpirada, las botas embarradas y el sombrero negro y bajito con el barbijo en el mentón.
Dio unos pasos por el campito, y todos se fueron acercando en grupo y en silencio absoluto.
Recorrió la mirada por los rostros de los ansiosos espectadores, y levantando el brazo derecho extendió el dedo pulgar y luego el índice, retrayendo los otros tres. Entre estos dedos había una distancia de aproximadamente cinco centímetros y entonces dijo muy excitado:
_ AZI! AZI!
El silencio del grupo continuó total.
_ AZI SE VEÍAN LAZ VACAS DESDE ALLÁ ARRIBA!!!
El asado que se hizo por la noche, fue para festejar con igual intensidad la compra de la avioneta como la anécdota de Don Mandieta, quien estaba tan contento que la sacó a bailar a Doña Assunta , que nunca en su vida había bailado un chamamé, y jamás había tenido un contacto físico tan cercano con su primitivo vecino.
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