Por Anila Rindlisbacher y Ricardo desde Brasil
El cielo amaneció despejado, y el sol a eso de las siete ya empezó a entibiar. Desde muy temprano esa mañana sonaban en la radio unos chamamés alegres, como presagio de lo que sería un día festivo en el campo de los Mandieta.
A eso de las diez, llegó el cura Oscar en su viejo rastrojerocargando su valija con algunos sagrados objetos de ceremonial, entre los cuales atesoraba un moscato para el rito y para después del mismo.
En el rancho adornado con guirnaldas de colores, terminaban los preparativos del casamiento.
La Aurelia , la tercera de los Mandieta, se iba a casar con el José, ese muchacho de pueblo un tanto picarón pero de buen corazón.
Detrás de la casa, Don Enrique asaba un cordero, un lechón y una vaca, animales asesinados unas horas antes en el tinglado.
Mientras tanto, silenciosamente iba llegando todo lo necesario: barras de hielo, damajuanas de vino, cajones con cerveza y gaseosas.
Cuando Pedro y Miguel asomaron con sus estuches de guitarra, un alegre alborozo recorrió las filas de sillas donde las mozas, entre las que se encontraba la Claudia , esperaban inquietas.
Apenas los músicos empezaron a afinar los instrumentos, el Arriero, hermano del novio, le cabeceó a la Claudia quien aceptó su invitación pero le aclaró de un solo suspiro cuando él la tomó de la cintura: nofumonobebonibailoapretao. Condición que él aceptó sin titubear, deslumbrado ante esa rubia de generoso escote. Enseguida se sumaron otras parejas y el bailongo comenzó.
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El cura preocupado porque el casorio se transformase en unamera bailanta, llamó a los novios con una campanita y sin más empezó la ceremonia.
_ Sí quiero, dijo la Aurelia ante la mirada de toda la gente de lacolonia como testigo. Cuando llegó el turno de José, se escuchó un incómodo silencio.
El novio palideció, la mirada se le puso en blanco, sus piernas comenzaron a temblar y un frío le recorrió toda la columna vertebral, mientras se le cruzaban por la cabeza imágenes del tendal de guainas que dejaba llorando y sin esperanzas; compungido se desmayó, desplomándose sobre el cura, quién no pudo sostenerlo y cayó de espaldas dando su cabeza sobre el improvisado altar de madera.
A alguien se le ocurrió tirarles un baldazo de agua helada, sacada del pozo a las apuradas. El traje quedó empapado, pero el novio reaccionó. EL cura se puso de pie medio mareado, y volvió a preguntar al mismo momento en que la Aurelia le consultaba al oído al José:
_ mi chino ¿ estás bien?
_Sí, sí, dijo el José y el monosílabo sirvió para formalizar la boda como así también para asentir que se encontraba repuesto. Se escuchó un sapucay y la fiesta prosiguió.
Cuando la Aurelia tiró el ramo, fue la Claudia quien lo agarró; contenta lo buscó al Arriero por todos lados pero éste,misteriosamente, había desaparecido.
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