lunes, 17 de junio de 2019

Los porteños

Los Fochesato vivían en tribu. Un predio de veinte metros de frente por ochenta de fondo, consistía todo su territorio.
La casa principal estaba bien al fondo. Donde vivían los monarcas: Doña Lala y Don Fochesato. A medida que sus hijos se iban casando, se instalaban en casitas que consistían en una única habitación y donde vivían con sus conyugues y sus hijitos.
Al frente había como una suerte de almacén, donde se servían tragos al paso.
Todos sus hijos tenían algún apodo: el Colorado, el Polaco, la Gaby,  Potrillo loco, entre otros.
Los Fochesato eran buena gente, pero a nosotros no nos dejaban ir a jugar a su casa. Era un tanto amenazador para nuestros padres, porque eventualmente había algún disturbio entre los clientes del bar de copas
En la otra esquina, estaba la casa de Doña Clelia y Don Cuca. Ellos, a diferencia de la tribu, tenían un solo hijo: Sergio.
Sergio era un chico introvertido, no tenía amigos en el barrio, y  pocas veces salía a la calle. Tenía un amor especial por la limpieza de su casa. Se lo veía siempre, haciendo alguna actividad doméstica, barriendo el patio, manteniendo el césped, y hasta encerando las baldosas de las ventanas que daban a la calle.
Contrariamente a lo que todos pensábamos en aquel entonces, Sergio no era homosexual.
Por la vereda de enfrente vivían las Toso. Eran cuatro hermanas mujeres, muy bochincheras. Siempre terminábamos jugando en la casa de ellas porque Don Toso, su abuelo, les construyó una casita de madera, esas que todos soñamos tener cuando somos chicos. Era a mediana escala, entrábamos un tanto agachados, pero era amplia, y la Patricia, que era la hermana mayor, dirigía las comiditas que preparábamos entre todos. Casi siempre eran guisos de fideos, arroz, polenta.
El horario más divertido para juntarnos a jugar distendidamente sin ser vigilados, era al mediodía, porque los adultos dormían la siesta. Así que ahí aprovechábamos para escaparnos a la vereda.
Pero tomábamos nuestros recaudos al salir, porque antes de irse a dormir  nos amenazaban con que, si salíamos a la calle,  nos podía agarrar  el  dueño del sol. O peor aún el viejo de la bolsa. Ese sí era temible, porque al dueño del Sol, nunca lo  habíamos visto en persona, pero el viejo de  bolsa pasaba siempre por nuestra cuadra. A él si le teníamos mucho miedo.
En las vacaciones de invierno y verano, se revolucionaban esas dos cuadras en la que vivíamos, porque todos sabíamos que llegaban los porteños.
Cada vez que venían traían novedades en cuanto a nuevos juegos, modas, música, modos de hablar…
María de los Ángeles y Mariana tenían casi  la misma edad de la Patricia Toso.
Once y doce años, pero estaban más avanzadas. A veces se vestían como señoritas.
Mientras que la Patricia jugaba a las muñecas, ellas se pintaban los labios con un brillo sabor a  frutilla.
Venían con  modas que nosotros no conocíamos. Usaban pantalones de jeans gastados y hasta rotos en las rodillas. A ninguno de nosotros se nos ocurriría usar un pantalón con las rodillas rotas. Cuando se gastaban, nuestras madres lo llevaban a la costurera, para que les aplique un parche de cuero y así lo podíamos usar un tiempo más.
Ellas decían que eran chetas. Nosotros no sabíamos que quería decir ser chetos, pero las queríamos igual así como eran: chetas.
Federico era el más chico de los tres hermanos, y también traía novedades. En uno de sus visitas, nos sorprendió con unas antiparras de buceo, y un barquito a vapor.
En mi casa teníamos una pequeña pileta de natación y ahí me enseño a bucear y jugábamos a quién aguantaba más tiempo sin respirar abajo del agua. Siempre ganaba yo porque estaba acostumbrada a aguantar sin respirar, además nadaba en el río, esa era una de las ventajas de vivir en Monte Caseros, a orillas del río Uruguay.
El barquito nos causaba mucha gracia porque funcionaba a vapor con una velita que se colocaba atrás. Nos tentábamos de risa al escuchar el sonido que hacía cuando comenzaba a navegar. Empezaba tímidamente blaaaaps…blaaaaps…blaaaaps… hasta que tomaba fuerza y partía  blaps, blaps, blaps, blaps blapsssssssssssssssss…
Todos los años pasaba lo mismo. Cuando recién llegaban, había cierta distancia entre los porteños  y nosotros.
Ellos venían con sus juguetes y sus ropas raras, y nosotros le contábamos historias fantásticas, como la noche en que había bajado un plato volador en el campito, así llamábamos a un campo que quedaba atrás del terraplén que habían hecho para sostener el agua cuando la creciente era muy grande y obligaba a desalojar barrios enteros.
Les decíamos que si iban al campito y gritaban ¡Viento Norte! ¡Viento Norte! Enseguida venía un viejo fastidioso que los correría con un bastón
Después de intercambiar las novedades, volvíamos a ser todo un mismo grupo de niños jugando.

Las noches en el verano eran mágicas. Después de que los grandes cenaban, y se quedaban tranquilos en la sobremesa, era el momento ideal para salir a la vereda. Jugábamos al Martín pescador, al arroz con leche, a la mancha, a los policías y ladrones.
El juego más divertido e ingenioso era el de las escondidas, porque había que buscar huecos por todos lados para no ser descubiertos.
Los cuatro días carnaval eran una fiesta.

¡Son cuatro días locos que vamos a vivir!
¡Son cuatro días locos, te tenés que divertir!

Durante el día se jugaba al carnaval con agua, pero no con bombitas de agua, si no, con baldes de agua.
La guerra era de  mujeres contra varones, a ese juego se sumaban todos, hasta los grandes. La capitana del grupo era mamá. A ella le divertía mucho jugar y era muy veloz corriendo descalza y cargando el balde de agua para mojar al primer desprevenido que pasara por la cuadra. No importaba si la víctima, salía vestida para ir a trabajar. Todo valía y con mamá nadie se enojaba.
A Federico y a mí una vez se nos ocurrió poner piedritas adentro de las bombitas. Supongo que no medíamos el daño que podíamos hacer, teníamos seis o siete años, y nunca imaginábamos que podríamos abrir las cejas del Colorado Fochesato de un bombazo.
Vino Doña Lala con el colorado llorando y sangrando a quejarse, así que el tío se levantó de su siesta y los llevó hasta el hospital para que lo cosieran
Esa tarde Fede y yo, no respirábamos del miedo que teníamos, Mariana y María de los Ángeles nos dijeron que vendría la policía a llevarnos presos por el delito que habíamos cometido.
Mi papá se enojó mucho, y cuando vino el tío de regreso con el Colorado cocido y vivo, nos obligó a pedirles perdón a él y a Doña Lala. Nuestra vergüenza era muy grande, el sentimiento de culpa peor. No sabíamos si había sido mi bombita o la de Fede la que casi mató al Colorado, pero sabíamos que uno de los dos era el autor del hecho.
Y las noches de Carnaval eran las más esperadas, y las porteñas también se sumaban  al desfile.
De niñas bailábamos todas en Shangay, que era la comparsa del barrio, donde los Fochesato eran los directores de la escuela de Zamba.

¡Sí, si señores aquí esta Shangay!
Con sus muchachos y ritmo sin igual
Es la comparsa de María Shangay
¡Que llega a alegrar el carnaval!

Después que fuimos un poquito más grandes y adquirimos formas de señoritas, nos invitaron a participar de comparsas más grandes.
A las porteñas las convocaron de Carún Berá

Carún…Carún…Berá…
Es el ritmo que alegra el Carnaval
Carún… Carún… Berá…
Reír, cantar, bailar para gozar…

Y yo participé bailando en Orfeo

Si, sí señores, yo soy de Orfeo
Si, sí señores de corazón
Porque este año de carnales
Desde Orfeo, sale el nuevo campeón

Había competencia entre los participantes de las distintas comparsas, pero nosotras no competíamos y nos sentábamos largas tardes abajo del paraíso de mi casa y entre mate y mate bordábamos nuestros trajes.
Y así año a año, esperábamos a los porteñospara jugar en las calles, bailar, reír y cantar en las noches de carnaval. Nunca sabíamos bien que día llegaban, no había Internet y el costo de las llamadas telefónicas eran muy altas.
Así que apenas comenzaban las vacaciones los esperábamos.
Cuando veíamos doblar el viejo Peugeot 404 del tío en la esquina…desde  la casa de los Fochesato hasta la casa de las Toso se escuchaba gritar ¡llegaron los porteños! ¡llegaron los porteños¡  y todos corríamos a recibirlos.








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