lunes, 17 de junio de 2019

Escasa comunicación

La Mari, es mi prima la del campo. Ella, como todos sus compoblanos tiene una extraña forma de comunicarse que es la de casi, no comunicarse.
La Mari vive en Pucheta,  un pueblito del interior de Corrientes. Hace unos años vivían alrededor de unas cien familias, donde el promedio de hijos era de diez, por cada vientre fértil.
Cuando yo era chica, iba con frecuencia porque allí vivía mi difunta abuela Faustina. La abuela, como todas las mujeres del pueblo, también tuvo diez hijos: seis varones y cuatro mujeres, de las cuales tres se casaron como Dios manda,  una de ellas es mi mamá, y de ese vientre fértil vengo a nacer yo.
Para vergüenza de la abuela, otra hija desgraciada se embarazó sin candidato que venga a ofrecerse de marido. Nueve meses de encierro tuvo que padecer la pobre porque los vecinos no debían enterarse. _ ¡Vaya a saber uno quien sería el padre de la criatura! Dirían las malas lenguas…
 En esa época no existían los cuidados de ahora, y la  abuela nunca le había explicado nada a la tía Lidia.
Así vino al mundo la Mari. Fue criada por la abuela Faustina como una hija más, entre tantas criaturas, nadie se dio cuenta de su presencia, y en agradecimiento a la bondad de la abuela de no darla en adopción, ella fue quién la cuido y estuvo a su lado hasta el último suspiro.
Vinieron todos para el sepelio, sólo faltó la  tía Mercedes, porque vivía en Buenos Aires y el tren tardaba más de veinticuatro horas en llegar  hasta Pucheta. Ella  tenía que atender a su marido y al Jorge, su único hijo. Ella había ayudado mucho  a la abuela en vida, no faltó mes en que no  mandara una caja con mercaderías, dulces que en Pucheta no se conseguían y una platita entremezclada entre los fideos para pagar la cuenta del almacén.
Así que nadie se enojó. Pobre tía Mercedes, por esas cosas del destino cuando ella falleció tampoco pudieron ir todos sus hermanos, sólo fueron los que estaban viviendo en Buenos Aires, y mi mamá que viajó dieciséis horas en tren para llegar, pero de los que vivían Pucheta ninguno pudo ir a despedirla.
Mientras la abuela vivía, la Mari no podía ni pensar en casamiento, hijos, o un proyecto de vida propia. Y cuando la abuela murió, tenía más de treinta años. Estuvo toda su vida cuidando a una anciana, porque la abuela ya era anciana cuando la Mari nació. Así fue que, cuando se quedó sola estaba tan acostumbrada al modelo de anciano, que se casó con otro viejo,  que después, al poco tiempo también murió. Pero al menos le dejó una casa que es donde vive actualmente con su nuevo marido que es más  joven y es posible que le de un hijo, eso sería una bendición de la Virgencita de Itatí. 
Cuando la abuela vivía, íbamos con mi mamá a visitarla casi todos los meses.
De la estación de trenes hasta la casa de la abuela, había unos cinco kilómetros de distancia, no más de lo que hoy camino habitualmente como ejercicio físico. Pero, en el campo, bajo el rayo del sol, a temperaturas de treinta y ocho grados, y cargados con bolsones con dulces, yerbas, harinas y fideos, esos cinco kilómetros eran una eternidad. Siempre nos esperaba la Mari y cargaba las bolsas más pesadas. Mamá siempre llegaba descompuesta y con baja presión y yo que era muy chica para cargar esas bolsas, iba jugando y corriendo al lado de ellas.

Hay mucho para contar de esas visitas, nunca me voy a olvidar del dulce de leche casero de Mamana, la vecina más cercana de la abuela, que caminando rápido, cruzando campos y sin garantías de no ser picados por una víbora, llegábamos a su rancho en una media hora. Pero valía la pena, porque el dulce de leche de Mamana era único para nosotros, aunque la Mari después que lo comíamos nos decía que estaba hecho con leche de la propia Mamana…con sólo mirarla a la pobre vieja cualquiera se daría cuenta que era imposible por su edad, pero nosotros éramos chicos y al ver  a Mamana sin dientes nos moríamos del espanto al pensar que el dulce salía de sus entrañas.
De los tres mil habitantes que tenía Pucheta, actualmente sólo deben quedar unos mil.
Los jóvenes lograron emigrar a pueblos vecinos, un poco más grandes, en busca de progreso. Los demás se fueron muriendo. El número de hijos por familia disminuyó, porque el miedo a las enfermedades llega a todos los rincones del planeta y algunos han tomado conciencia y compran los preservativos en el almacén de Don Ramón, aunque no lo piden en el mostrador, si no que van por la puertita de atrás.
En Pucheta hay dos formas de enterarse de una noticia sea buena o mala, la principal es la radio AM, que suena desde las cinco de la mañana en todos los ranchos, y es por donde los parientes y amigos de pueblos vecinos que corren con la misma suerte de Pucheta se comunican entre sí.
En los mensajes rurales se escuchan mensajes tales como:
Para Teodoro García de Parada Pucheta
Teodoro, te esperamos el domingo en el kilómetro 32 a las 11; no olvides traer las gallinas para el guisado.Firma. Antonio Gabardi

Para Ernesto Romero de Parada Libertad
Ernesto, no pude ir el jueves por la lluvia, el carro se quedó en el barro. Firma Jaime Ortiz.
Para Ramón González de Parada Bomplan
_Moncho, las vacas están apestadas, vení urgente con el veterinario. Y no te olvides de traer lo que te encargó la Estela, dice que vos ya sabes que es. Firma Julián Vargas.
Y la otra forma es la de recibir mensajes en el único teléfono que hay en el pueblo,  que está en la oficina de correo. Pero eso  lo voy a dejar para más adelante porque no puedo dejar de compartir con Uds. otros recuerdos que me invaden la mente.
Después que la abuela murió, nunca más fuimos a Pucheta, pero no dejamos de tener contacto con la Mari, porque ella cuando menos la esperamos, aparece en casa por la puerta de atrás, como siempre, como que nada hubiese pasado en casi tres años que no la vemos y siempre nos hace visitas de varios días.
Para nosotros es una fiesta, porque en esos días además de deleitarnos con las historias que nos cuenta de los menchos, que son sus pares, pero de quien ella se ríe con ganas, nos cocina todo tipo de exquisiteces que en mi casa no hacen más porque los médicos lo prohibieron por las calorías y el colesterol.
En esos días comemos suculentos guisos, y pasamos largas tardes de mate y torta frita. Durante esas semanas, la Mari ayuda en las tareas de la casa, juega con nosotros a las escondidas, nos cuenta historias de ánimas que andan sueltas en el campo y que nos dejan traumados hasta varias semanas después que se fue.
Así como vino, un día se va…  y no volvemos a saber nada de ella hasta dos o tres años más tarde.
Cada tanto, llamamos al correo de Pucheta y hablamos con Don Antonio, que es el único que todavía vive de la época de la abuela, él siempre estuvo en el correo.
_ Hola Don Antonio,  habla  la prima de la Mari
_ ¿Quién? ¿Qué Mari?
_ La nieta de Doña Faustina, Don Antonio, de Monte Caseros.
_ Ah sí, como anda UD?
_ Muy bien Don Antonio, gracias, lo llamaba porque quería saber como estaba la Mari.
_ ¿Que Mari?
_ La Mari, la hija de Doña Faustina Don Antonio…
_ Así….La Mari, bien, lo otro día anduvo por acá, ta gorda y linda como siempre.
_ Don Antonio cuando la vuelva a ver, podría decirle que nosotros andamos todos bien.
Sí, sí como no le via decí, sí.
_Hasta luego Don Antonio, muchas gracias.
_ No, no, de nada, chaucito Mari…
La Mari pasa todos los días por el correo, y siempre lo visita un ratito de paso, cuando hace algún mandadito.
Pero al pobre Don Antonio hace ya bastante le falla la memoria…
Pero un día, se acordó del llamado que le hice, y cuando la Mari  estaba casi a una cuadra del correo, alcanzó a escuchar…
_ ¡ Mariiii ! ¡ Mariiii ! ¡ Mariii !
_Sí!!!!! ¿Que pasa Don Antonio?
_ Te llamó tu prima la del pueblo dice que andan todo bien…
_ Ah! bueno, gracias, me voy porque me está esperando el Moncho, contesta la Mari con un gesto de saludo echando una mano atrás, como si a diario recibiera noticias nuestras…y sigue su camino sin alterar en lo más mínimo su ritmo




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