lunes, 17 de junio de 2019

Confesión truncada

Araujo no lograba concentrarse en la crónica que debía entregar antes de la segunda edición del día siguiente. Una y otra vez le venían a la cabeza las imágenes del cuchillo ensangrentado en las  manos de  Corti, su amigo y compañero de trabajo desde hacia más de 30 años. Repasó  la escena minuciosamente y no tuvo dudas: él había sido el asesino.
A medida que los redactores  entregaban sus trabajos y  se retiraban agotados de otra larga jornada, el recinto se fue vaciando.  Era casi media noche, sólo quedaban en la sala él  y Corti,  quién no sacaba los ojos de la pantalla. A veces movía la cabeza asintiendo, otras parecía que dudaba, pero luego continuaba escribiendo sin percatarse de que estaba siendo observado.
A Araujo le pareció que era el mejor momento para abordarlo y revelarle que sabía que él era el asesino. Pero, ¿qué le diría? ¿cómo se lo diría? A fin de cuentas, él sólo había visto el cuchillo ensangrentado, las manos, el puño en la camisa, no había visto nada más. Aún así no le quedaban dudas, Corti era el asesino. Y él sin proponérselo se había transformado en su testigo oculto, lo cual lo convertía en cómplice, a no ser que denunciara a su amigo y confesara todo ante la policía. Pensaba hacerlo, pero primero debía hablar con Corti, pues a pesar de que era el homicida habían sido muchos los años de amistad y compañerismo.
Estaba a punto de levantarse de la silla cuando Corti se le adelantó y lo invitó a tomar un café en el bar de la esquina para despejarse un poco. Salieron por la puerta de servicio. El guardia los vio irse. Araujo creía ver cierta tensión en el rostro de su amigo. Fueron caminando sin hablar. Llegaron al bar y pidieron una copa. Luego conversaron distendidos. Pasaron casi dos horas hasta que Corti dijo que debía volver y terminar el informe. Araujo asintió y volvieron charlando, sin darse cuenta que el guardia que los había despedido no era el mismo. Se sentaron y siguieron trabajando, cada uno en su escritorio.
Corti terminó, se despidió y se retiro cargando su bolso de mano. Bolso donde probablemente estaría oculto el cuchillo, pensó Araujo quien también se retiro detrás de él.
Esa madrugada sonó su celular y alguien  le dio  la trágica noticia de que Corti había sido asesinado. Colgó el teléfono y se sentó en la cama. Repasó una vez más las imágenes en su mente, las manos, la sangre en el cuchillo, la sombra, el puño de la camisa cuadrillé. Sí, había sido Corti el asesino. No le quedaban dudas.
Ahora Araujo se sabía cómplice del asesinato de la víctima de Corti y se sentía culpable  de no haber hablado con su amigo la noche anterior. Tal vez, si le hubiera confesado que lo vio con el cuchillo las cosas hubiesen sido distintas. ¿Y si se había equivocado?  ¿Cómo saberlo?
Compungido, se preparó café y se dispuso a vestirse para ir al velatorio. Antes recordó que debía pasar por la redacción, pues tenía que entregar su informe para que sea publicado en la segunda edición del día.


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