jueves, 6 de enero de 2011

Ana y el Pez

Dedicado a todas as pessoas do mundo, que como eu, crêem na magia

El hotel Pontal de Opacora estaba ubicado sobre la playa, a unos siete kilómetros del centro de Porto do Galinhas. El día estaba ventoso, pero como era temprano, y siempre el viento amainaba al promediar la mañana, decidí aventurarme a caminar. Partí entusiasmada, con la mochila provista de agua y frutas. A pesar de que mis amigos me decían, que sería imposible encontrarlo, yo estaba segura que Kevin Vitti, un amigo que se me había perdido veinte años atrás, estaría en algún lugar de la villa esperándome.

El paisaje me sorprendía a cada paso. Ese mar de color turquesa, en contraste con las blancas arenas y el celeste cielo , mostraba un generoso derrame de la paleta de Dios.

Caminar en ese esplendor, hacía olvidarme del mundo todo, y sentía un hechizo que me impedía por momentos pensar, como si mis pensamientos no pudieran alcanzar la magnitud del paisaje o pudieran ensuciarlo de futilidad o sentimientos menores.

Después de unas horas de caminata, llegué a la villa.

Sobre la orilla había jangadas de diferentes colores, la playa estaba llena de niños corriendo. Gente caminando, vendedores que ofrecían coloridos pareos, bikinis y collares hechos por los artesanos del lugar.

Intenté primero encontrar a Kevin por la peatonal. Caminé por las tres cuadras del pequeño y pintoresco centro comercial. Entré a todas las tienditas, hablé con todos los vendedores, pero nadie, nadie había escuchado nunca, hablar de Kevin Vitti,

_Mis amigos tenían razón…Nunca lo encontraría.

Estaba paralizada, sin saber para donde ir cuando se me acercó una gitana diciendo que ella sabía donde encontrar a Kevin…

_ ¿ Como sabes que procuro a Kevin?

_ Sou adivinha ¿ Não me recordas? Conhecemos-nos no Pelourinho….em Salvador de Bahía. Chamo-me Gingerale.

Y ella fue quién me indicó que si quería encontrar a mi amigo debía ir a las piscinas naturales.

Volví a la playa, y acordé con Marcelo, uno de los tantos jangadistas, para dar un paseo, aunque no comprendía en que lugar encontraría a Kevin.

Cuando llegamos a una de las tantas piscinas elegida al azar, me sumergí. Enseguida empezaron a aparecer peces a mi alrededor de todos los colores: azules, naranjas, rojos, negro, amarillos y otros combinados en tres o cuatro colores.

Uno de ellos se acercaba y me miraba apoyando su nariz al cristal del snorkel. Al principio no lo reconocí, pero por la forma de mirarme, me di cuanta que estaba frente a Kevin. Y yo me había convertido en pez. Me tomó de mi aleta y empezamos a nadar. Sus amigos nos seguían detrás, como un cortejo. Me sentía un pez-novia.

Nadábamos todos al mismo ritmo, de una punta a la otra de la piscina, ellos me seguían a lo largo y a lo ancho, conforme yo iba soltando de mi aleta las pepitas de alimentos que me había entregado el jangadista. Los peces improvisaron una banda musical y nos hicieron bailar todo tipo de ritmos, nos divertimos como siempre, como nunca, como sólo nosotros sabíamos hacerlo. _Kevin estaba tan lindo…

Pero el fondo de la piscina se veía cada vez más lejos, más profundo. Y los peces empezaron a irse de a poco, temiendo la presencia de peces mayores .

Kevin me hizo señas para que lo siguiera. Nos dirigíamos mar adentro a toda velocidad, pero en un momento lo perdí de vista confundida entre tantos pecesitos. Lo llamé a los gritos, pero no me escuchó.

Salí a la superficie. Estaba sola, rodeada de mar. Las piscinas habían desaparecido. A lo lejos escuché la voz de Marcelo. Nadé hasta la jangada pero antes de subir me sumergí de nuevo, mas no ví nada…Kevin se me había ido, una vez más.

Ilustración: AnavsAna

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