domingo, 9 de febrero de 2025

Los Tapaditos (cuento corto)

Recuerdo el día en que conocí Alita, fue en un taller de mandalas organizado por la artista uruguaya Agó Paez Vilaro, en un local de una galería en el centro de la ciudad de Rosario.

Yo estaba aún sin diagnóstico, no podía hablar, pero tuve un respiro de mis síntomas y pude asistir al taller. La actividad consistía en pintar un mandala, dirigida por Agó.

Ale estaba sentada frente a mí, y yo empaticé enseguida con ella. Sin conocer su historia, sabía que había sufrido como yo. Simplemente lo sabía. Ahora que estoy estudiando la filosofía del Yoga, entiendo que fue una percepción, lo percibí a través del Ajna, o sea de mi tercer ojo.

Nos hicimos amigas y como nos gustó tanto pintar, nos anotamos en un taller anual donde se asistía un sábado cada dos semanas. 

Asistir a cada clase significaba un esfuerzo muy grande para mí porque casi siempre me sentía muy muy mal. Pero era un espacio de expresión donde yo podía pintar a mis anchas cualquier mamarracho y creerme un artista. 

Mientras el resto de las alumnas pintaba, tomaban mate y comían galletitas de todo tipo, a mí se me hacía agua la boca, pero como no podía tragar producto de las llagas y aftas en mi laringe, yo me limitaba a pintar. Al final de la clase Cari, la profesora, analizaba cada una de las mandalas y nos daba una devolución. Cuando llegaba a la mía, casi nunca sabía que decir, y bueno yo tampoco decía nada. Vetas de artista plástica no tenía claramente, yo lo sabía, todos lo sabían pero nadie decía nada. 

 

Mi atuendo principal, para estar en mi casa, en esa época era un calzoncillo de mi esposo y una remera de algodón talle L también de él. Actualmente me sigo vistiendo así, me quedo esa costumbre, además es muy cómodo. He probado con algunos boxer de dama que venden en algunas lencerías, pero no me he acostumbrado, prefiero seguir usando los calzoncillos del Lali así lo llamo cariñosamente, se llama Vicente, pero ese nombre nunca me gustó, me remite a una persona grande, antigua, capaz en unos años lo llame por su nombre, por ahora lo sigo llamando Lali. 

Me vestí así, durante ese período de seis años que duro mi internación domiciliaria. Toda mi ropa me quedaba grande, pues había bajado casi diez kilos. 

 

Con Ale, compartíamos secretamente el deseo de viajar algún día a Paris, y caminar por esas callecitas húmedas y frías arropadas con nuestros tapaditos.

Sin saberlo ambas teníamos el mismo sueño y sin saberlo ambas teníamos el mismo modelo de tapadito, el de ella era rojo y el mío azul, era un Mongomeris.

A diferencia de otras chicas que lo usaban para salir, nosotras nos habíamos comprado el abrigo para asistir a nuestros turnos y estudios médicos que permanente teníamos.  Ale, había recibido un transplante de hígado en el hospital Austral y viajaba con frecuencia a Buenos Aires para sus controles con el Dr. Mendizabal. Que amoroso ese Doctor, lo conocí hace poquito por una afección del hígado del Lali.  También conocí el Hospital Austral, entiendo ahora porque Alita lo estreno allí.  Ese hospital es una paquetería, no da para ir con un abrigo cualquiera. En la entrada hay una cafetería Starbucks, donde la gente que hace fila para un café, viste de una forma que parece salida de una serie de Nueva York.  Alita es rubia entonces el rojo le va de maravillas.  

Yo, en cambio lo estrené para ir a hacerme una video endoscopia en el Instituto Gamma, también de bastante categoría, pero no se puede comparar con el Austral. 

Recuerdo el día que me lo compré. Fue en el local de Perramus de calle Córdoba casi esquina Dorrego, en Rosario, donde vivía en aquel entonces.  Una zona como la recoleta porteña.  Yo ya lo había visto un mes atrás y ya lo tenía elegido, solo faltaba probarme el talle. Tenía la plata guardada en un sobre, sabía exactamente el precio, no lo digo por decoro, pero era un monto importante. Todos los días me despertaba con la ilusión de poder ir a buscarlo, pero mis síntomas no me lo permitían.

 

En esa época dormía mucho, cuanto más dormía más corto era el día, y como el día no me interesaba dado que era un sufrimiento desde que me despertaba hasta que me volvía a acostar, prefería dormir lo más posible. Hacia siestas de dos y tres horas, no sé de dónde sacaba yo tanto sueño. Capaz estaba sumida en una depresión y no lo sabía. Dicen que las personas deprimidas duermen mucho. Capas nomas que yo estaba deprimida en esa época. 

 

Aquí estoy Alita, siendo 18 de diciembre, justo el día de tu cumpleaños, a las 4:58 de la madrugada, mate en mano escribiendo de nuevo.  Me regalaron un mate marca Stanley, de color verde. Me causa gracia cuando la gente publica en Instagram y muestra su termo Stanley, ¿le dará prestigio? ¿Será como cuando nosotras ostentábamos con nuestros tapaditos?  La verdad este mate no me gusta, parece un mate de campaña militar. No es mi estilo, pero como ya lo tengo preparado, voy a tomarme unos matecitos y después lo lavaré y guardaré, para sacarlo a relucir cuando venga alguna visita. 

 

Nunca olvidaré el día en el que por fin pude levantarme de la cama e ir a comprarme el tapadito.  Tenía tanta emoción. Me vestí con un jean, una polera color crudo, y una campera azul matelaseada con cierre y hebillas doradas. Me hacía resaltar mi pelo rubio, y mis ojos verdes. Me veía bien frente al espejo, incluso me maquille.  Antes de salir me miré bien y no, no me nada bien, tenía apenas 45 kilos, estaba muy delgada, mi cuerpo parecía adolescente, pero no lo era, ya tenía cuarenta y tantos años, ya no era una adolescente, era una mujer enferma, muy enferma.

Sin embargo, mandé a la mierda al espejo y salí decidida.

El dinero lo obtuve de la venta de otras prendas por Mercado libre que ya no me iban. No porque el Lali no me pudiera comprar, sino porque yo quería generar mi propio ingreso, y aunque estaba en cama, buscaba la forma de generarlo y mercado libre era mi aliado. Podía vender sin tener que mediar palabra verbalmente, era todo por escrito, perfecto para mí en aquel entonces.

Le pedí al Lali que me llevara al centro y me esperara en el bar de al lado.  Fui sola a la tienda. Como no podía hablar, lleve un cuadernito y anote el color y talle. La vendedora pensaba lógicamente que yo era muda. Me entrego el tapadito y me ayudo a ponérmelo frente al espejo.

¡Me veía tan bien!  Estaba lista para viajar con mi amiga Alita a Paris para deambular sin tiempo y sin prisa. Sentarnos en algún cafecito para degustar algunos macarons, eligiendo sabores y colores.

Riéndonos




















Hace poco hablé por Whatsapp con Alita, y le conté que había vendido el tapadito por Mercado libre, y ella me contó que el suyo   lo había regalado a una amiga. 

Ninguna de la dos lo conserva, pero sin hablar con Ale, sé que las dos conservamos el deseo intacto de caminar por Paris. Aún no lo hemos logrado.

 

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